Pérez Gollán, Director del Museo Histórico Nacional opina: "Nuestra relación con el pasado es de vida o muerte"

Opina el arqueólogo y doctor en Historia
La Nacion: Sábado 3 de Febrero de 2007

Los intelectuales y el país de hoy
“Hay que luchar por la independencia de los museos respecto del poder de turno. Hay que mostrar la pluralidad que existe en la interpretación del pasado”, dice el arqueólogo y doctor en Historia José Antonio Pérez Gollán, director del Museo Histórico Nacional. Pérez Gollán estuvo exiliado en México durante el último gobierno militar. Se desempeñó en el Distrito Federal como investigador y como docente en el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Es investigador del Conicet y fue, durante 18 años, director del Museo Etnográfico de la Universidad de Buenos Aires. “El Museo Histórico Nacional siempre es eje de conflictos por parte de sectores que quieren generar o imponer una determinada visión de nuestra historia –asegura–. Este tironeo ha dado lugar a dramáticos desencuentros a lo largo de nuestra vida como nación independiente.” Para este cordobés, formado en Historia en la Universidad Nacional de Córdoba pero volcado muy tempranamente hacia la arqueología de la mano del eminente científico Alberto Rex González, conducir los museos es una forma de rescatar y valorar el patrimonio cultural de una nación para beneficio de la sociedad en general. “Lo que denominamos patrimonio cultural es el resultado de múltiples procesos, no siempre pacíficos ni lineales, que todavía siguen operando en el interior de la sociedad argentina. Y no estamos hablando sólo de restos materiales, y hasta monumentales, de las manifestaciones históricas, sino también de todos sus aspectos simbólicos", dice. Autor de numerosos libros y artículos sobre arqueología y antropología cultural, Pérez Gollán ha investigado sobre el poblamiento del territorio argentino antes de la conquista, el arte precolombino en el actual territorio argentino y las culturas del noroeste. A partir de marzo, Pérez Gollán será director académico del seminario internacional "Patrimonio precolombino y culturas andinas: un itinerario de turismo cultural", dentro de la cátedra Unesco de Turismo Cultural, que impulsan conjuntamente la Universidad Nacional de Tres de Febrero y la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes. -Usted sostiene que mucha gente quiere apropiarse del patrimonio y dice que eso genera conflictos. ¿No es paradójico que a la vez se constate un fuerte descuido del patrimonio cultural e histórico en nuestro país? -Lo que ocurre es que nadie quiere cargar con la responsabilidad que significa la conservación del patrimonio ni hacerse cargo de la educación y la difusión que eso implica. Sin embargo, me parece que en los últimos 20 años, después del último gobierno militar, la gente ha cobrado conciencia de que el pasado influye sobre el presente y de que conocerlo y entenderlo contribuye a la convivencia, a la tolerancia, al respeto al otro. Haber desconocido esto explica, en buena medida, por qué los argentinos hemos tenido una historia dramática. -¿Qué aporte hace, en este sentido, el museo que usted dirige? -Tal como está estructurado, creo que hace un aporte muy pobre, ya que lo que muestra es un país cristalizado en el siglo XIX. No se habla de los indios, los negros, los inmigrantes, la economía, la vida cotidiana en las distintas épocas ni los movimientos políticos y culturales que marcaron el rumbo en el siglo XX, como el yrigoyenismo y el peronismo, por ejemplo. Curiosamente, es un museo nacional y sin embargo habla básicamente de Buenos Aires y de su clase dirigente. -¿Podría decirse que respondió a la realidad de un tiempo, de una época, de una etapa de construcción de la nacionalidad, pero que después no incorporó nuevos relatos para completar una mirada más abarcadora de nuestra historia? -Si hay un museo que nació como una decisión del Estado, fue éste. Adolfo Carranza lo fundó en 1889 y lo dirigió hasta 1914, el año de su muerte. Durante su gestión, buscó reunir todo el acervo artístico e histórico que guardaban las antiguas familias de Buenos Aires y lo expuso para que pudiera ser apreciado por todos los miembros de la sociedad. Es decir que pasaron de la exhibición privada a la exhibición pública. Primero el museo perteneció a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, pero como sus objetos eran de carácter nacional, luego pasó a la órbita de la Nación. Su función principal era evocar las tradiciones de la Revolución de Mayo y las guerras de la independencia. La primera era sinónimo de democracia y las segundas, de libertad política y civil. La sociedad en aquel entonces vivía el fenómeno de una gran inmigración de origen europeo. Era necesario construir una nación y para ello había que desarrollar un arquetipo de la nacionalidad e internalizarlo en la conciencia social. Es decir: había que educar patrióticamente a las nuevas generaciones. -¿El Museo Histórico Nacional es el más representativo de la patria? -Así es. Sin embargo, resulta curioso que en los más de cien años transcurridos el museo haya cambiado tan poco para poder seguir sosteniendo esa representatividad. Hoy, para debatir civilizadamente, es necesario incorporar y exhibir todos aquellos objetos y símbolos de nuestra historia y de nuestro patrimonio que contribuyan a la comprensión de que hay una posibilidad de unidad en la diversidad, de que la realidad no tiene por qué ser homogénea. -¿Por qué no se hace? -Porque a pesar de que se cacarea mucho el federalismo, sigue privando una visión centralista, y porque los museos no se ven como un factor de cambio dinámico, sino como panteones del pasado, con reliquias que no se tocan. Cada uno se apropia de ellas, cada uno se apropia del pasado, de la manera que más le conviene. Sin embargo otros museos, como el de Bellas Artes, lograron hacer una actualización de sus discursos para reflejar los cambios que se produjeron en la sociedad argentina, con una mirada mucho más abarcativa. De hecho, allí hoy podemos apreciar un recorrido del arte, desde el período precolombino hasta nuestros días. -En el caso del Museo Histórico Nacional, ¿habría patrimonio suficiente como para mostrar ese derrotero? -Creo que el patrimonio está, y lo que no está lo saldremos a buscar. Pero primero hay que tener una idea de lo que queremos mostrar, y en eso estamos trabajando ahora. Personalmente, lo que yo creo que hay que mostrar son las distintas formas de ser argentino. Porque no es lo mismo un argentino que vive en la puna de Atacama que otro que vive en la Patagonia, el conurbano bonaerense o la Capital Federal. Tenemos que abandonar el mito de que los museos son para la comunidad académica o para cenáculos. Tenemos que ser capaces de mostrarle a la gente que hay distintos puntos de vista y darle la posibilidad de formularse preguntas y obtener respuestas. Yo no creo en las utopías retrospectivas. No creo que tengamos que volver a ser indios, por ejemplo, pero sí creo que esta Argentina se formó también con el aporte de los pueblos indígenas. Y en este museo nacional, como decía, no están representados. Esto tuvo que ver con una idea evolucionista del darwinismo social que hizo que la clase dirigente de ideal positivista pensara que los indios eran un escollo para el progreso. Se trató de tener, entonces, un país no mestizo, sino homogéneamente blanco. Se negó una parte de la realidad. Eso se veía muy claramente en las visitas de los colegios al Museo Etnográfico, que dirigí durante 18 años. Cuando venían chicos de las clases populares, hijos de paraguayos, de bolivianos, de gente del interior del país, de piel cobriza y de evidentes rasgos de raíces indígenas, uno se daba cuenta de que sabían de ese origen y querían preguntar más, pero tenían miedo de hablar, de expresarse, porque en este país lo indígena tiene connotaciones despectivas. -¿El Museo Histórico Nacional sigue recibiendo donaciones? -Este museo formó sus colecciones con donaciones. Directores como Adolfo Carranza o Alejo González Garaño buscaron y recibieron donaciones de armas, de cuadros, de muebles, de libros, entregados por las familias patricias para contar el relato de la construcción del Estado por parte de esas mismas familias. Por otra parte, la forma de legitimar el pasado propio era estar en los museos. -¿Hoy ya no es así? -Hoy se trata de una clase que tiene mucho menos poder que hace cien años. Hasta diría que hoy da más legitimidad social hacer una donación al Museo Nacional de Bellas Artes que al Museo Histórico Nacional. -¿Cuál es la principal función de los museos en la actualidad? -Los museos deben ser centros que rescaten, investiguen y valoricen la realidad pasada y presente para luego proyectarla de manera crítica a la población. Por eso un museo sin investigación y sin documentación es un depósito de cosas. Por otra parte, yo creo que los museos funcionan sólo en la medida en que tienen proyectos y saben qué es lo que quieren mostrar y a quiénes quieren llegar. Y esto no se puede lograr sólo con fondos públicos. Tenemos que convocar a empresas y a sponsors particulares que nos ayuden a poner en marcha esta visión. Tengo claro que para que una institución de excelencia sea tal hay que apelar a la sociedad civil. -¿Cómo nos relacionamos los argentinos con nuestro pasado, con nuestra historia? -Es una relación conflictiva, de vida o muerte. Yo tengo razón y al que piensa distinto lo elimino. No hemos aprendido a convivir. Por eso sostengo que es alentador abrir el debate sobre los modos de contar la historia y tomar en cuenta los avances que la ciencia histórica y la museología lograron en la Argentina desde la recuperación de la democracia. Los objetos no hablan por sí mismos. Se los debe poner en contexto, con un guión que permita al público entender los procesos sociales. Uno ve esto en la mirada de los extranjeros, que buscan en el museo las claves para entendernos. San Telmo se ha convertido en un lugar para el turismo, sobre todo de europeos, que vienen hasta nuestro museo con la esperanza de salir con una idea general de lo que es este país. -¿Qué opinión le merece la difusión mediática de la historia argentina, con cultores como Felipe Pigna, Jorge Lanata y Pacho O Donnell? -No hay que satanizarlos. Me parece que ellos están captando un interés de la sociedad en general y de los más jóvenes en particular por la historia y por entender cómo influyó el pasado sobre este presente que vivimos y sobre los procesos que hicieron de la Argentina un país intolerante. El peligro es la banalización, porque no son historiadores: son, más bien, periodistas que indagan sobre el pasado, con respuestas que ya están dadas. No están generando conocimiento, sino dando respuestas que ya tienen de antemano y que muchas veces se basan en clichés. El problema de estos divulgadores es que juzgan el pasado con parámetros contemporáneos. Los sucesos de 1810 o de 1880 no pueden ser juzgados con criterios del año 2000.

Por Carmen María Ramos para LA NACION

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