Radiografía de una biblioteca en crisis

Radiografía de una biblioteca en crisis
Por Maximiliano Tomas

PERFIL DIGITAL, 7 de nero 2007, o5.30

Un presupuesto de 20 millones de pesos, de los cuales la mitad, según su director, se destinan a pagar los sueldos de 450 empleados. Una caída alarmante en la cantidad de visitas por día: de 3.000 personas promedio en la década del 90, cuando se inauguró el nuevo edificio de Las Heras y Austria, a los 350 usuarios en la actualidad –con una baja del 20 por ciento de afluencia sólo el último año. Unos 800 mil volúmenes en depósito, en comparación con los archivos de la Biblioteca Nacional de México –dos millones–, de Venezuela –dos millones y medio– o de Brasil –tres y medio–. Una plantilla de personal que, en un 75 por ciento, no cuenta con la especialización necesaria para desarrollar sus tareas específicas, y porcentajes de ausentismo que trepan hasta el 30 por ciento. Y, además, actualizaciones informáticas y edilicias pendientes, y un mapa heterogéneo de conflictos de poder que derivaron, el 27 de diciembre pasado, en la renuncia de Horacio Tarcus –historiador, archivista, especialista en organización documental– y hasta entonces subdirector, en franco enfrentamiento con su superior, el sociólogo y ensayista Horacio González. Fue este presente de la Biblioteca Nacional el que determinó que Tarcus escribiera una larga carta en la que expuso el estado de situación descripto más arriba, que generó la adhesión de un grupo de intelectuales (entre los que se cuentan Carlos Altamirano, María Teresa Gramuglio, Luis Alberto Romero, Hilda Sabato, Beatriz Sarlo, Oscar Terán y Hugo Vezzetti, entre muchos otros) y originó un álgido debate sobre las diversas, antagónicas, maneras de entender las funciones de la institución. En una nota posterior, el 4 de este mes, Tarcus responsabilizó a González –quien cuenta con el aval del secretario de Cultura de la Nación, José Nun, y del presidente Néstor Kirchner– de la falta de respaldo a su gestión: sus objetivos, confesó, eran consolidar una política de transparencia, restablecer los vínculos con donantes y editores, visualizar el patrimonio a través de la informatización de su acervo y acercarse nuevamente a lectores e investigadores. A lo que se habrían opuesto tanto González –por acción u omisión– como “algunos sectores acostumbrados a la rutina de no rendir ni pedir cuentas, de los que consideran que el sueldo del empleo público es un seguro básico que no obliga a contraprestación alguna, que manejan los recursos materiales y humanos como un quiosco”. ¿A quién se refería Tarcus? Según sus propias palabras, al “viejo sindicalismo burocrático y clientelista”, agrupado en torno de gremios como UPCN, ATE y SOEME, que “codirige la Biblioteca”, y al propio González, quien habría creado “una estructura de poder feudal” donde el gran ausente, paradójicamente, es el lector. En diálogo con PERFIL, Tarcus confesó que el año que duró su trabajo en la Biblioteca había agotado por completo sus energías, que considera concluida su tarea y no regresaría bajo ninguna circunstancia. Por su parte, González contraatacó desde las páginas de Clarín y La Nación, acusando a Tarcus de “cultivar la injuria sin fundamentos y un mesianismo de cuño gerencial”. Y a pesar de que agregó que seguirá su tarea “serenamente y con creatividad”, no se ocupó de refutar la situación denunciada por Tarcus. A una semana del escándalo, que sigue tomando nuevas dimensiones, el secretario de Cultura aún no se ha pronunciado. Lo que no acaba de comprenderse, ya que no es poco lo que hay en juego: la propia definición de qué entiende el gobierno actual por cultura, y para qué sirve o debe servir una institución de vital importancia y amplia historia.

Una reserva de memoria, en crisis

Domingo 14 de Enero de 2007
Política cultural, en debate: cuál es el rol de la biblioteca más importante del país
Según los especialistas, la Biblioteca Nacional no cumple con su función universal: conservar el acervo bibliográfico del país
La Biblioteca Nacional debe reunir y preservar todo el acervo bibliográfico del país y ponerlo a disposición del público de manera accesible. Cumplida esta misión, puede sumar actividades de difusión cultural. Así opinan intelectuales, investigadores y especialistas argentinos consultados por LA NACION sobre la tarea que debe tener una biblioteca nacional, la institución que en un país actúa como reservorio de su memoria. La Biblioteca Nacional volvió a ser centro de una polémica cuando, hace dos semanas, la renuncia de Horacio Tarcus como vicedirector puso en evidencia dos modelos de gestión: uno impulsado por el especialista que priorizó la investigación y la modernización, y otro propuesto por el director, Horacio González, que prefiere otorgarle un perfil de difusor cultural. En tanto, el secretario de Cultura de la Nación, José Nun, nombró anteayer como nueva vicedirectora a Elsa Barber, con un perfil técnico en sintonía con el de su antecesor. En su edificio de Agüero 2502, la Biblioteca Nacional guarda 800.000 ejemplares y recibió el año pasado unos 600 lectores por día, 20% menos que en 2005. Las personalidades consultadas dijeron que no es conducente plantear si la Biblioteca debe ser un reservorio bibliográfico o una institución dedicada a la difusión cultural, sino que se trata de que cumpla su función que en todo el mundo responde a la misma definición: reunir, conservar y difundir todo el patrimonio bibliográfico del país y adquirir las obras extranjeras representativas. Estiman lejano este objetivo y consideran que los problemas de la institución son históricos, porque nunca se tuvo claro qué función debe cumplir. Para Ana Peruchena Zimmermann, ex presidenta de la Asociación de Bibliotecarios Graduados de la República Argentina (Abgra), "una biblioteca nacional tiene que preservar todo lo que se edita en el país y lo que se publica en el exterior sobre el país; recién después se puede agregar toda la actividad cultural". La especialista expresó: "Cualquier biblioteca del mundo está informatizada, mientras que acá tardás 40 minutos en encontrar un libro. Además, hace 25 años estábamos en similar cantidad de volúmenes que ahora, porque no se incorpora toda la bibliografía nacional. Este es el único país donde ni el Estado ni el público han tenido históricamente en claro la función que debe cumplir una biblioteca nacional". A diferencia de otros momentos, hoy la institución cuenta con un presupuesto récord. En 2006 consiguió $ 17 millones, más un refuerzo de $ 3 millones pedido por el director, contra los $ 7 y $ 12 millones de 2004 y 2005. "No deberíamos quejarnos del presupuesto actual, pero sí de cómo se usa, porque no se aplica a los objetivos prioritarios", expresó Peruchena Zimmermann. Para José Emilio Burucúa, doctor en Historia del Arte, "está claro en todo el mundo que la función básica de una biblioteca nacional es acumular el mayor acervo posible de libros y de soportes y hacerlos accesibles a un público numeroso; si no se cumple eso, lo demás es superfluo". El investigador indicó que es fundamental la informatización de la documentación y advirtió que desde los años 60 no se cumple con el catálogo pormenorizado de la bibliografía nacional. "Como miembro de la Unesco, la Argentina tiene un compromiso en este sentido. Nuestro retraso nos pone en la misma vereda de Haití y Burkina Faso." Dedicarse a los libros Fernando Rocchi, director de la maestría en Historia de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), manifestó: "La discución es absurda, la Biblioteca Nacional debe reunir todos los libros en sus distintos formatos, y su consulta debe ser eficiente. No están todos los libros que deberían y también se debe poder acceder a bases de datos. Estamos a años mil de todo esto, incluso respecto de nuestros pares de América latina", opinó. Para el historiador está muy bien realizar actividades de difusión cultural, pero esto no puede chocar con la actividad principal: dedicarse a los libros. "Los eventos en todo caso tienen que estar en relación con la actividad específica de la biblioteca", dijo. Según la escritora Silvia Hopenhayn, aunque lo que define la función de la Biblioteca es la metodología archivista y la relación con los investigadores, no debería desaprovecharse "el espíritu convocante" de sus salas para el público lector. "Se debería implementar una política que no la defina sólo como archivista o difusora cultural. Lo que importa es cómo se implementa cada actividad, sin que una desmerezca la otra o arrastre el presupuesto", afirmó. Por Laura Casanovas De la Redacción de LA NACION
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Falencias de larga data
Por Oscar Terán Para LA NACION
No resultan novedosas las falencias que los usuarios de la Biblioteca Nacional padecen desde hace mucho tiempo, resultado de causas profundamente instaladas en su estructura institucional. Los resultados terminales están a la vista de quienquiera mirarlos. No acudiré por razones obvias a contrastar nuestra realidad con la Biblioteca del Congreso de Washington, que incorpora en un día el total de materiales de lo que nosotros en un año . Más interesante es conocer que nuestra Biblioteca Nacional cuenta con 800.000 ejemplares, mientras que la del Brasil multiplica por cuatro esa cantidad. Y si la nuestra está como está es porque padeció décadas de abandono, agravado por la barbarie e ignorancia de las dictaduras militares. Hoy nuestra recuperada democracia política resulta proclive a cierta cautelosa esperanza. Pero es evidente que las carencias señaladas por el informe del renunciante vicedirector Horacio Tarcus merecen una respuesta que no desvíe la cuestión hacia la dicotomía de si la biblioteca debe cumplir las funciones de difusión cultural o las de un reservorio bibliográfico. Nos merecemos un aporte mínimo de distanciamiento para no embarcarnos en polémicas que hablan más de los narcisismos, amistades y pasiones ideológicas que sobre el objeto en cuestión. Porque, como estatuye la Unesco, la función de una biblioteca es nítida: seleccionar, catalogar, conservar y difundir el patrimonio bibliográfico de un país y de las obras extranjeras representativas. Si esa función no se cumple cabalmente, aun con la reciente participación en su gestión y asesoría de reconocidos intelectuales, a lo que se han sumado los últimos incrementos presupuestarios, se debe en buena medida a que (como es un secreto a voces) la biblioteca padece las lacras de corporativismo, clientelismo y presiones mal llamadas políticas y sindicales que atentan contra los criterios meritocráticos de selección de una parte de su personal. Porque hay que decir lo obvio: la bibliotecología es una disciplina consolidada, que entre nosotros cuenta con instancias terciarias y universitarias de formación y habilitación. Por todo ello resulta oscurecedor instalar la discusión entre biblioteca de libros o biblioteca de eventos culturales . Nadie podría desconocer la buena intención de encuentros y publicaciones últimamente realizados. Sólo que también en las gestiones estatales existen prioridades. Así, lo primero que aprende un joven becario del Conicet es que en nuestro país muchas veces le llevará semanas conseguir un libro que en otros lugares conseguiría en minutos. El calificativo que esa biblioteca recibirá de su parte es un aplazo que no se promedia con sus eventos culturales. Actuar al revés implica avanzar sobre un terreno en donde aún no se hallan consolidados los poderes corporativos prebendarios que incumplen sus funciones pagadas con dineros públicos. Una manera, en fin, de encubrir las fallas estructurales y duras de domar de la función específica e imprescindible de una biblioteca nacional. El autor es profesor de las universidades de Buenos Aires y Nacional de Quilmes e investigador principal del Conicet
http://www.lanacion.com.ar/875131

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