Tigre estrena su propio museo de arte en el viejo hotel

Abrirá al público el domingo próximo. Tendrá 160 obras

La vista escenográfica es imponente al final del Paseo Victoria, la extensa y cuidada rambla a la vera del río Luján, donde la gente pasea, hace footing o simplemente observa el sereno desfile de embarcaciones navegando por el Delta. Allí se yergue, monumental y deslumbrante, el flamante Museo de Arte de Tigre (MAT), que abrirá sus puertas al público el domingo, con entrada general a $ 5, aunque los residentes del partido tendrán acceso gratuito. Una impronta palaciega recién restaurada, con impecables jardines poblados de hileras en medialuna de petunias fucsia, glorietas y senderos, dan un indicio de lo que será el interior de ese majestuoso portento de 2000 m2 que otrora ocupó el primer casino que tuvo el país y viejo hotel Tigre Club. Donde antes se escuchaba el trajín de las 25 mesas de ruleta y punto y banca, ahora hechizarán al visitante las históricas creaciones figurativas de 70 grandes maestros nacionales. Con unas 160 obras, repartidas en siete salas temáticas, el acervo del MAT se erige en un ejemplo encomiable del intendente Ricardo Ubieto, que destinó fondos municipales -cerca de US$ 6 millones entre restauración y obras de arte-para rescatar el patrimonio ofrecido en distintas subastas y regalarle a su gente y al país un museo de primer nivel. Medidas de seguridad Cuarenta cámaras escudriñan el interior y exterior del edificio; censores infrarrojos detectan hasta el aleteo de una mosca dentro del recinto; un circuito BMS -Building Management System- regula desde una computadora toda la iluminación, temperatura, humedad y activa alarmas con acceso remoto; todos los ventanales poseen filtros UV para que la luz del sol no dañe las obras. Con una histórica mesa de ruleta, flanqueada por antiguas fotos del Tigre Club y acuarelas del arquitecto Pablo Pater que proyectó junto con Dubois la residencia -construida en 1913- se inicia el recorrido museístico que abarca el testimonio iconográfico de los artistas precursores, pone énfasis en el vasto paisaje nacional y en su arquitectura, además de mostrar la fisonomía del Delta, la producción de naturalezas muertas y las formas que adquiere la figura humana. En cada sala, además de la reseña que introduce la temática, se destaca una obra o un autor sobre un fondo de color que varía según el salón. En el recinto que alberga a la arquitectura latinoamericana los tonos encendidos de una esquina de La Boca, según la pincelada frenética de Collivadino, contrasta con la paleta sosegada de Aquino para la capilla de Ischilín o los soberbios molinos, impertérritos en su faena, en una vista nocturna y pampeana firmada por Koek-Koek. Berni, con su interpretación psicológica sobre el alma humana atribulada (Chaquita con zapallo), preside el espacio donde la figura gana en diversidad. Curiosamente, en la sala se agrupan de un lado, los retratos femeninos y del otro, los masculinos. Suman sus voces a esa temática el impresionista Thibón de Libian, que retrata con una ambigua mezcla de crudeza y ternura a una profesora impartiendo su clase de música, muy cerca de uno de las obras preferidos de Ubieto: Viejo leyendo, de Victorica.
Uno de los tantos vitrales venecianos restauradosFoto: Miguel Acevedo Riú
Ejemplos más recientes, como el rostro de Paloma, la hija de Alonso, el monumental torso en sanguina de Spilimbergo o la imagen sensual de una mujer, en una acuarela de Roux, completan el envío. La frondosa vegetación de Tigre, con su laberinto de ríos, riachos y canales es otro de los motivos representados por Butler (célebre vecino del Delta), Brughetti, Larco y Aquino, Esa sala anuncia la diversidad del paisaje nacional: algarrobos, ombúes, ceibos en flor y eucaliptos; planicies y panorámicas serranas o montañosas, gran parte de la geografía nacional que inspiró a los grandes artistas está allí, de la mano de Fader, en Tarde Clara, Carnacini con una insólita vista teñida de tintes azulinos para su paisaje nevado, Malinverno con los últimos rayos de sol, y hasta Molina Campos con un descanso de gauchos en la pampa húmeda. Ya en el primer piso el atractivo crece con la iconografía de los artistas precursores y viajeros, resaltada por el bermellón de las paredes. Las grandes firmas se suceden con Aguyarí, con La cinchada; Della Valle, con sus Paisanos en la estancia; Pallière, con Exterior de un rancho; Pellegrini, con el Fuerte de Buenos Aires; Rugendas, con un Valle entre montañas, y siguen las firmas: Ripamonte, Demaría y Sívori. El género de naturalezas muertas se despliega en otra sala, al igual que los temas portuarios, donde el guión curatorial subraya la producción de Quinquela-el favorito de Ubieto-, a partir de cuatro obras antológicas: Día de Sol, Veleros Iluminados, Puerto y Día Gris. Todas obras que dialogan en armonía con escenas debarcas en reposo, el Riachuelo visto a contraluz, y atardeceres brumosos, firmados por Botti, Del Prete, Vaz, Lynch e Imperiale.
Por Loreley Gaffoglio Redacción de LA NACION

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